Japón especulativo by AA. VV

Japón especulativo by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T00:00:00+00:00


Chica

Ōhara Mariko

La Ciudad era una fruta madura a punto de caer.

Pudriéndose hacia fuera desde lo más profundo de su interior, su carne podrida se sujetaba solo por una simple cáscara.

Una vez que la Ciudad caiga, nadie sabe qué será de ella. Si las cosas degeneraban todavía más, incluso el infierno cerraría sus puertas. Para los habitantes de la Ciudad, no había escapatoria.

Gil metió la larga lengua hasta el fondo de una copa de cristal veneciano tallado para lamer los últimos restos de pulpa de nectarina. Podía notar la atención que despertaba, sentado con sus genitales revestidos de visón platino a la vista. Cada nervio de su cuerpo se estremeció casi con dolor, por las repetidas caricias de los atentos ojos.

Gil conocía sus encantos mejor que nadie. La curva suave, color miel de su espalda, que iba de los hombros hasta abajo, la cintura de avispa, la mata de cabello rubio y, aunque algo oscuros, sus ojos ambarinos.

Más todavía, sabía que la suya era una belleza dinámica, la fluida gracia de sus movimientos, que había estado ahí desde su nacimiento, igual que su madre.

Gil pidió otra bebida y desde su alta silla sondeó el local. Las miradas que se cruzaba se deshacían en deseo. Sintió ganas de vomitar el contenido de su estómago. Ya no tenía apetito, ni ganas de sexo, ni nada. Todo lo que podía hacer era seguir bebiendo y bañar sus tejidos en tragos tóxicos.

Cuando dirigió una mirada transparente hacia la barra, media docena de copas del divino licor de nectarina aparecieron ante él.

—¿Calamidad? —llamó débilmente a la camarera por su nombre.

Las bebidas, contestó ella, eran invitación de aquel cliente, y de aquel otro, y…

—No las quiero.

—¿Ah, no? —La voz de Calamidad sonó terriblemente seria. Demasiado fría para el gusto de Gil, quien había venido aquí solo, demasiado solo.

Las seis copas, absorbiendo las luces multicolores del bar, se reflejaban en la pulida barra de ébano. Una escena patética, pero enternecedora.

A Gil le gustaba el cristal tallado. Provocaba una resonancia en su delicada alma. Era como él: inquieto, hipersensible, cerca del punto de ruptura.

Se bebió la mitad de su cóctel y se levantó algo mareado. Bajar de la silla pareció más un resbalón que el movimiento de ponerse en pie.

Ahora incluso más ojos estaban fijos en él. Pocos le reconocieron como Jill Abel.

Le dio propina a la malhumorada Calamidad, con la esperanza de conseguir una sonrisa, pero ella solo dejó sus quehaceres durante medio segundo. Sus mejillas de melocotón apenas temblaron.

Al mismo tiempo que luchaba contra la resaca que amenazaba con sumergirle en un lodazal de desesperación,Gil cruzó la oscura sala a través de torbellinos de un humo sucio y púrpura. La bebida se le había subido a la cabeza. Era un pez marino arrastrándose por el suelo oceánico. Un leve ataque de desintoxicación humana le sobrevino. De pronto, la realidad desapareció. Todo, los rostros, los pies, las voces, todo se había marchado lejos, muy lejos.

Se derrumbó.

Alguien le había drogado, de eso estaba seguro, pero se encontraba desamparado, no podía hacer nada.



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